Maestras todo terreno en la escuela rural de Neuquén: “Somos una segunda familia”

Neuquén fue sede de un encuentro del que participaron maestras rurales de los parajes de la provincia. Emotivas vivencias y recorridos de dos docentes.

Por  Georgina Gonzales

 

En las escuelas rurales de Neuquén la matrícula es acotada, pero la poca cantidad de estudiantes se multiplica con sus familias. Los docentes tienen una relación cercana con todos los que viven en la casa de sus alumnos y sus clases no terminan cuando suena el timbre, sino que continúan hasta que baja el sol.

En muchas de estas escuelas los grados se comparten, como así también las costumbres del campo que los estudiantes trasmiten a sus maestros. El silencio y el paisaje abierto son un escenario muy diferente para las clases de las zonas urbanas.

Marina Soto y Mónica Antín son dos maestras rurales que aman su profesión, disfrutan de enseñar y del respeto que reciben de sus estudiantes. No pasa por sus cabezas la posibilidad de ir a trabajar a la ciudad, sino que eligen el campo a pesar de que se separan de sus familias por varios días.

La escuela rural como una gran familia

La jornada de cada lunes de Marina arranca a las 4 de la mañana. Ella vive en Zapala, a 126 kilómetros de la Escuela 220 del Sauce. A las 4.30 la pasa a buscar el transporte escolar en el que hace los primeros 70 kilómetros por ruta y los últimos 50 por ripio. Ella busca a cada uno de sus 9 estudiantes por sus hogares para llegar a la escuela alrededor de las 9.30.

Hace 22 años que es docente y actualmente es la directora de la escuela, donde trabaja con otras maestras. Antes trabajó en la Escuela Albergue 83 y también en otras escuelas rurales y urbanas.

“Mi primer trabajo fue en el Alamito, que es un paraje que está a 20 kilómetros de Chos Malal. Fue mi primera experiencia con los niños, después trabajé 7 años en El Cholar, en la Escuela 31, tengo mi corazoncito ahí, me tuve que ir por cuestiones familiares. Pero siempre me gustó el trabajo del docente rural. Siento que es más revalorado. También trabajé muchos años en zona urbana y no se compara con la ruralidad, con el cariño de los niños. La escuela rural es más una familia, una segunda familia”, aseguró Soto.

¿Y cómo no asentir que la escuela rural es una segunda familia si esta maestra, a pesar de tener una hija de 18 años y un marido, decide cada lunes irse con sus alumnos al campo para regresar el viernes recién a su casa? “Ellos entienden que esta es mi vocación, saben lo que a mí me gusta y lo comparten”, aseguró.

La mayoría de los estudiantes no cuenta con recursos para continuar su enseñanza media y, en general, se dedica a trabajar con sus familias en los quehaceres del campo. Ella también busca conseguirles oportunidades.

Aunque son muchos los alumnos que Marina recuerda, prefirió rememorar a uno de ellos. “Recuerdo mucho a un estudiante que se llamaba Juancito, que lamentablemente falleció. Él iba siempre a caballo a la escuela y cuando yo salía hacer las compras él me cargaba las bolsas, me acompañaba. Tengo un recuerdo muy lindo suyo. Fue alumno de 4° grado conmigo en la escuela de El Cholar y años después, cuando era adolescente, se suicidó”, contó con la voz entrecortada.

Maestras todo terreno

Mónica Antín es docente rural y actualmente es la directora de la Escuela 43 de San Ignacio, a 60 kilómetros de Junín de los Andes, en el sur de Neuquén. Para ella, trabajar con chicos de la comunidad mapuche y sus familias es lo más lindo de su profesión.

“Yo soy del área rural, crecí en el entorno rural, soy mapuche y eso me llevó a elegir esa área para mi trabajo”, contó a LMNeuquén la maestra de primaria. Actualmente vive a 60 kilómetros de la escuela, recorrido que hace todos los días, ida y vuelta, en el transporte escolar. Desde el año pasado esta institución educativa pasó a tener jornada completa, por lo que allí pasa la mayor parte de su día.

Antín se recibió a los 20 años y hace otros 20 años que trabaja en la ruralidad. Como ella sabe el idioma mapuche y conoce su cultura, las incorpora en la enseñanza todos los días. “Y ahora en un cargo directivo trato de que la interculturalidad sea la base y el eje de toda la educación, que debería ser así, pero falta todavía un trayecto”, opinó.

En la Escuela de San Ignacio hay una matrícula de 25 estudiantes, entre primaria y nivel inicial. Hay un docente para cada ciclo y una dupla pedagógica para el nivel inicial. También cuentan con maestras especiales, que comparten con otras escuelas del circuito educativo.

La carrera de esta maestra también fue la mayor parte en la ruralidad donde pudo enseñar y aprender de muchos estudiantes y sus familias. “Me acuerdo siempre de Moisés, un estudiante integrado que tuve hace un par de años y con el que pude ver lo difícil que es trabajar la discapacidad desde la ruralidad, es una materia pendiente que tenemos”, compartió.

“No tenemos la preparación, pero creo que lo más importante para todos nuestros estudiantes es que puedan acceder y que tengan las mismas oportunidades. Fue muy difícil alfabetizarlo, por ejemplo, pero toda la escuela se puso en campaña para hacerlo, o sea, no solo la maestra de grado, sino el equipo directivo, las maestras especiales. Me acuerdo que un supervisor me dijo ‘si no tenés la maestra integrada, tenés que usar lo que hay’ y eso fue lo que nos impulsó a todos”, concluyó.