Una familia oriunda de Buenos Aires vivió una maravillosa experiencia a principios de año cuando se dirigía a conocer las lagunas de Epulauquen, en el norte neuquino.
Ni siquiera una nube merodeaba el atardecer del 14 de febrero, Día de los Enamorados para los que creen en esas cosas, cuando la familia Sáez se dirigía hacia el área natural protegida de las lagunas de Epulauquen, a unos 20 kilómetros de Las Ovejas.
El lugar es un sitio de paisajes encantados, pero también es la entrada a Colomichicó, donde los lugareños señalan la existencia de una puerta cósmica, una anomalía donde la energía fluye hacia un tipo de conexión extraordinaria.
Quienes visiten la zona se darán cuenta de que no son pocas las personas, incluso hasta los informantes turísticos, que les recomienden que “miren hacia el cielo”.
A Javier (56) le pareció simpático el hecho de que con tanta belleza en el paisaje alguien los invitara a mirar hacia arriba. A su esposa Silvina (50) y el resto de la familia Sáez, Ezequiel (12), Federico (10) y Lautaro (4), eso les despertó cierta curiosidad. Hace dos años que viven de viaje a bordo de una casa rodante y en ningún otro lugar habían recibido tal invitación.
En un lugar tan lejos del ruido y de la contaminación lumínica de las grandes ciudades es inevitable sentir la necesidad de observar el firmamento, que pareciera ser un manto oscuro que la naturaleza decidió pintar y echar a andar, así, sin más que miles de destellos vivos que lo acompañen. Será por eso que se encuentran miradores como La Puntilla, que no están pensados solo para que uno admire el paisaje diurno que yace debajo, sino para que los visitantes puedan dirigir su vista hacia el oscuro y vasto universo.
En Colomichicó se encuentran más de 860 inmensos bloques de piedra tallados con diversos mensajes y dibujos provenientes de alguna cultura desconocida. Los estudios llevados a cabo por la Universidad Nacional del Comahue pudieron determinar que no pertenecen a expresiones pehuenches, pueblo que habitó antiguamente la zona, y que además son alóctonas, es decir que no pertenecen a ese lugar.
En un momento que levantó la vista, Silvina observó algo fuera de lo común. Su primer pensamiento fue que podría tratarse de una estrella. Luego continuó con su mirada detenida en lo alto a través de la ventanilla de la camioneta hasta que la incertidumbre la desbordó y compartió el momento con el resto de su familia. Caía la tarde y eso no parecía ser un avión. “Era una luz incandescente, estaba suspendida en el aire y brillaba tanto que costaba identificar su forma; no podía ser algo que hayamos visto antes”. relató.
Javier detuvo su camioneta a un costado del camino para fotografiarlo y filmarlo. “Después de un rato, pudimos distinguir que era como una especie de boomerang que apuntaba hacia uno de sus lados, era muy intenso y parecía como si fueran tres luces que giraban rápidamente las que estábamos viendo”, afirmó el hombre.
Dijo que como se estaba haciendo de noche decidieron seguir adelante. Lo habían observado durante más de 20 minutos, tomándolo con tranquilidad, y hasta se dieron el gusto de bromear sobre su posible procedencia, sobre todo para que sus hijos no se vieran asustados por el extraño y resplandeciente artefacto.
La familia continuó su viaje hacia las lagunas, utilizando un camino que no suele ser muy transitado, mucho menos a esa hora, siempre con el objeto suspendido sobre su izquierda, a una distancia no muy lejana, a una altura no muy distante del suelo.
Los Sáez intentaron encontrar una explicación lógica, pero no pudieron. El objeto flotaba en el cielo sin hacer ningún sonido perceptible y mostraba alteraciones en la luz que emitía, pero nunca dejaba de ser extremadamente brillante. No podía ser un avión, tampoco un helicóptero, mucho menos un drone; era algo inexplicable.
Al llegar al puesto de ingreso del Área Natural estacionaron y aprovecharon para tomar más imágenes, aún les costaba reaccionar ante la extrañeza de lo inesperado. La luz seguía ahí, como observándolos. “Continuamos por el camino y el ovni siempre se mantuvo de esa manera, hasta que la montaña nos impidió seguir viéndolo, al atravesarla, ya no estaba más, se había ido”, recordó Javier.
Para los Sáez, una familia que cambió radicalmente su forma de vida, que pasó del ritmo acelerado que imprime la Capital Federal a extensos y cambiantes viajes, casi como vivir de vacaciones permanentes, esta experiencia les duró solo unos minutos pero les dejó mucho para reflexionar.
“Una vez que ves algo así, si no creías, empezás a creer. A partir de ese día nunca dejé de mirar al cielo, uno no está acostumbrada a prestar atención, pero muchas veces las cosas importantes están ahí y habitualmente no las vemos”, contó Silvina.
Javier indicó que cuando comenzaron a realizar los viajes se plantearon el modo de hacerlo, ya que no querían conocer lugares y volver a Buenos Aires. “Queríamos conectar con la naturaleza, con la gente y sus vivencias. Nos dimos cuenta de que vivimos en un mundo muy artificial y de que en la ciudad tenemos una forma de vivir que valora cosas que son muy ficticias. Hemos conocido muchas historias pero nunca esperábamos que nos ocurra algo así”, contó.
Al regresar, comprendiendo el porqué de que “miren hacia el cielo”, la familia Sáez se detuvo en la oficina de Turismo de Las Ovejas y volcó en un pequeño escrito lo que les había sucedido. Al pedirles que definan su vivencia en una frase, concluyeron: “Una hermosísima experiencia”.